domingo, 12 de septiembre de 2010

Buenos días… malos días…

I
La tarde era calurosa, llevaba más de dos horas caminando pues no tenía plata para pagar el pasaje del bus. Con sed, el fuerte sol que le daba de frente y la moral por el piso, pensaba en como había cambiado todo desde el momento en que se levantó. Esa mañana había intentado poner en práctica lo visto en un programa la noche anterior, de acuerdo con lo dicho en éste, si te propones algo y lo piensas de manera positiva seguramente se te va a cumplir. Ahora, luego de otro fracaso, y con un gran dolor en el alma pensaba en lo mal que siempre le fue en la vida. Buscó ayuda del más allá pero nunca la encontró, quiso guiarse por los astros pero no funcionó, fue donde brujos y tampoco dio resultado. También rezó a Dios y a sus santos pero nada, cristianismo, maoísmo, budismo, pero todo siguió mal y tendiendo a empeorar.

En su miserable recorrido se topó con una iglesia, al pasar frente a su puerta miró hacia adentró y pudo apreciar un par de ancianas arrodilladas en dirección a la cruz, deben estar pidiendo algún favor -pensó- quiso entrar a suplicar por una oportunidad pero pronto desistió, nunca daba resultado. Así, frente a la iglesia comenzó a preguntarse: “¿cómo hará Dios para ayudarnos con nuestras súplicas? ¿Cómo funcionara esto en un estadio de fútbol?, ¿en una final tendrá en cuanta cuales hinchas han sido más buenos? ¿Y si alguno de los equipos tiene hinchas satánicos? ¿Y si ambos equipos los tienen? Rió, se sintió estúpido y por un momento se sonrojó, cuando una mujer de unos treinta años, pero con las marcas del sol en su rostro pasó junto a él y se quedó mirándolo a los ojos, éste, por un extraño motivo, sintió como si ella hubiera leído sus pensamientos y los hubiera desaprobado con la mirada.

-El caso es que la suerte no está conmigo- volvió a ensimismarse después del incidente de hacía un instante, me la jugué en ésta vida y he perdido la partida. A sus veinticuatro años él, Antonio Zapata, toño, como le dicen los amigos –o los que lo conocen ya que no sería correcto hablar de amistades en su existencia- no ha podido acertar ni una sola vez en la ruleta de la vida, en todas sus decisiones siempre tuvo algún error.

Esa tarde no fue la excepción, cuando se levantó creyó que ese día sería el comienzo de una nueva vida, una fantástica, como aún no le había tocado. No obstante, todo comenzó a cambiar cuando en el lugar al que fue en busca de trabajo, le dijeron que gracias, pero por el momento no necesitaban a nadie, que si resultaba algo lo llamarían, -si, como no- pensó él.

De este modo, todo seguía igual que siempre, caminando rumbo a su casa mientras un sin número de pensamientos fluían por su cabeza un acontecimiento le confirmaría que nunca tuvo las cartas a su favor.

Buscando acortar camino se internó por uno de los innumerables callejones encontrados en las montañas de su ciudad, sin importar la difícil situación de orden público en que ésta se encontraba. Fue así, como caminó por un largo tramo hasta que ocurrió algo que lo hizo pensar en cómo pese a lo poco entusiasmado que se puede estar con la vida, el instinto de preservación es más fuerte.

En mitad de una cuadra vio sentados a un par de niños, uno de aproximadamente doce años y uno de unos diez. Fumaban marihuana y charlaban, Toño pensó en devolverse pero cuando estaba a punto de dar media vuelta se encontró con la mirada poco amigable de los niños que ya no lucían tan niños. En ese momento se había hecho muy tarde para retroceder, teniendo en cuenta que desde su perspectiva no debía nada continuó su camino. Fue sólo un instante, sin embargo para él significó una eternidad, aunque después de aproximadamente cinco pasos de haber transitado al lado de ellos comenzó a sentirse más tranquilo y volvió a sus pensamientos hasta el punto tal de casi olvidarlos por completo.

Todo habría sido un evento poco significativo, de no haber sido porque unos pasos más allá sintió un fuerte impacto -inconfundible después de haber habitado toda la vida en una de las comunas de la ciudad- tras el cual vino un entumecimiento en el cuerpo, una caída ineludible, y la voz de alguien que le decía: “maricón hijueputa, te dije que si te pillaba te mataría gran malparido”. Después de mucho esfuerzo pudo reconocer a su agresor, era el menor de los dos niños quien lo insultaba y lo llamaba “la changa” - hijueputa hasta para eso soy de malas, me estás confundiendo- pensó, pues no era capaz de pronunciar palabra.

II

Supo de lo efímero de la vida cuando llegó a la ciudad, en aquel entonces tenía ocho años y lo protegía la burbuja en la cual había vivido toda su existencia, sin embargo, aunque la trajo desde muy lejos, poco pudo resistir ésta las condiciones del nuevo espacio y tras la explosión de la primera bomba quedó deshecha en pedazos dejando desolado al inquilino que hasta ese instante albergó.

Bomba tras bomba fue acoplándose al nuevo mundo en que se encontraba, las explosiones, las balaceras, las situaciones de emergencia, fueron convirtiéndose en algo cotidiano, hasta el punto tal que la reacción ante uno de éstos actos pasó a ser algo natural, algo común, como ir a la tienda, o como tomar un bus.

Pese a todo el cambio no fue muy doloroso, al poco tiempo ya el Toño tenía varios amigos en el barrio, en especial Jorge y Camilo, dos niños con hogares destrozados que encontraron en aquel trío la familia que no había en sus casas.

Los años pasaron, llegó la adolescencia y con ella las ganas de probar lo prohibido y hacer lo imposible. Comenzó a ser casual el cigarrillo, luego el licor, la marihuana y finalmente el perico.

El Toño ahora, tendido en el piso, mientras su sangre poco a poco abandona su cuerpo, recuerda aquellas primeras veces, lo que significaron, lo que fue hacerlo con sus amigos, que tuvo amigos, ¿Dónde comenzó a derrumbarse todo? –Se pregunta-

Pronto, llegan a su cabeza imágenes de tiempos lejanos, cuando aun valía la pena vivir, o morir por algo. Como el día en que él en compañía de sus amigos salió del barrio a probar el cigarrillo, se hicieron en una esquina y se creyeron grandes, los dueños del mundo, pese a todo, no tuvieron en cuenta que el barrio donde estaban era muy peligroso, el día anterior habían atracado una casa, y el creerse grandes no duró mucho, ya que un hombre armado llegó a preguntarles si fumaban marihuana, al tiempo que les apuntaba con el revolver. Del susto botaron todos los cigarrillos y no se sabe por qué, pero nunca entregaron la prueba de que eran sólo cigarrillos. Una leve sonrisa se dibuja en la cara del Toño –imperceptible para quienes lo observan- mientras recuerda la cara de sus compinches ante la sorpresa por la desaparición de los cigarrillos, eran unos niños, que a punto de llorar le aseguraban aquel hombre que eran simples cigarrillos. Algo que había olvidado de ese día llega á su cabeza, recuerda que ante aquella situación su reacción fue situarse entre el arma y sus amigos, buscando protegerlos, como ha cambiado todo, se dice a sí mismo.

III

La changa, el hombre a quien Sergio confundió con Antonio, está tranquilo en su casa viendo televisión, vive a unos cuadras de donde en este instante Toño, como lo llaman los que lo conocen, tiene una lucha incesante con la vida, pese a que ésta pocas alternativas brinda para él. Si alguien tocara a su puerta, y le contara lo que ha acontecido, posiblemente no lo creería, cree conocer muy bien a Sergio y sabe, que por lo menos hasta anoche, cuando entró a su casa a eso de las once, momento en el se acabó el presupuesto para comprar más cervezas, no tenía noticias respecto a algo que él hubiera hecho.

El caso es que todo cambió, Sergio hablaba en serio y ya lo ha comprobado, su primera víctima, el toño, un pobre bobo que pasó por el lugar a la hora equivocada, lucha con la muerte y se aferra a la vida. Su agresor antes de dar la estocada final, quiso desahogarse de toda una vida de maltratos y humillaciones, lo que dio lugar a la llegada de Tomás, el dueño del revolver y de todo el sector, quien tras oír el disparo salió a ver lo que pasaba y se encontró con la sorpresa.

Ya varias personas rodean al herido, el callejón es muy estrecho y cada vez se le hace más difícil respirar. Sergio comprende el problema en que se ha metido, sin embargo poco importa, me la montó toda la vida y se lo merecía, afirma mientras piensa que es hora de darle un disparo en la cabeza. Todo es confuso y le tiembla la mano, es primera vez que hace esto y no puede controlar sus nervios.

Su amigo, que es mayor que él dos años y desde hace más de seis es más que su hermano lo ha abandonado. Al principio creyó que era una broma y lo siguió, pensó que no pasaría de un simple susto a la changa, sin embargo, cuando escucho el disparo ensordecedor, su reacción fue salir corriendo hacia su casa, en la cual se quedó encerrado por el resto de la semana.

En la estrecha calle, la situación empeora cuando llega Tomás enfurecido e increpa a Sergio, el cual se siente encerrado y ahogado, por lo que decide salir corriendo. Nadie lo detiene, pronto desaparece entre la maraña de ranchos que lo han rodeado desde el día de su nacimiento y no se sabrá noticia de él hasta el día que en una pelea callejera es asesinado con un viejo machete oxidado.

Mientras tanto, toño continúa en el suelo y cada vez son más los curiosos que llegan a ver quien fue el que calló esta vez. Los rumores indican que es la changa, pero cuando Tomás se agacha y se fija en su rostro se da cuenta de que no es cierto, que es un desconocido y si no se hace nada pronto morirá. Así, observa alrededor, identifica a los cuatro jóvenes más grandes y les dice que lo lleven hasta la carretera, donde podrán parar un taxi que lo auxilie. No es necesario recurrir a la violencia para que le hagan caso, todos saben quien es el que manda, y lo que pasa si no se le obedece.

Así las cosas, bajan al herido hasta la carretera más cercana y esperan a que pase un taxi, el primero acelera y no lo pueden detener, pero cuando pasa el segundo ya estaban preparados y tenían el cuerpo tendido en mitad de la calle, por lo que el taxista no tuvo otra opción diferente a detenerse. Uno de los jóvenes abrió la puerta trasera del carro, pidió ayuda a los otros tres para montarlo, cerró la puerta y dijo, lléveselo de acá, para donde sea. Sin más alternativas el taxista arrancó.

IV

Media hora atrás, tres jóvenes de ropas oscuras le pusieron la mano para un servicio, el taxista, un hombre de cuarenta y siete años, veinticinco de éstos dedicados a la conducción decidió ignorarlos –algo me dice que no debo pararles- pensó.

Una cuadra adelante, una hermosa joven, vestida de pantalón claro ajustado con camisa roja le puso la mano. El taxista inmediatamente paró, se volteó hacia atrás, abrió la puerta y le pidió el favor de que ingresara. Ésta le hizo caso, acto seguido le informó hacia adonde se dirigía: -hacia la esperanza por favor- dijo- barrio muy conocido todos los taxistas debido a su peligrosidad.

Mientras escuchaba el lugar de destino miraba por el retrovisor a su hermosa pasajera, -contigo iría al propio infierno- pensó- mientras aceleraba y se imaginaba lo que haría con una mujer como esa. Pese a su deseo no pronunció palabra en todo el camino, en silencio, mirando un sinnúmero de veces por el retrovisor y en una especie de letargo profundizado por el exquisito aroma de su clienta, fue recorriendo las estrechas calles, cada vez más improvisadas y pequeñas a medida que se sube por la montaña. Al fin llegaron a su destino. Ya en la esperanza, él le cobró lo que el taxímetro indicaba, se despidió y se marchó en silencio.

Fue entonces, cuando aún pensando en la hermosa mujer que había acabado de transportar, sintiéndose un idiota por no haber por lo menos dado su tarjeta con la disculpa de si en alguna ocasión necesitaba un taxista, se vio en medio de un incidente que lo dejaría marcado por el resto de su vida. De la nada, cuatro jóvenes lo obligaron a montar en su carro a un moribundo y ahora, sin saber hacia donde dirigirse, maneja su carro en busca de algún hospital.

Conoce la ciudad de arriba a abajo, sus calles y sus hospitales. Sin embargo, todo es confuso y no sabe donde se encuentra, todo le tiembla y no es capaz de tranquilizarse.

El transe en que se encontraba hace unos minutos por culpa de su hermosa clienta ha cambiado por un nerviosismo indescriptible que le nubla la mente y lo lleva a vagar por la ciudad sin saber qué hacer. Todo empeora cuando de la nada un motorizado se le atraviesa a pocos metros, hay poco margen para el error y aunque trata de esquivarlo no lo logra, lo arrasa y metros después choca contra una casa.

Sale del carro, en veinticinco años trabajando como taxista éste ha sido su peor día. Todo le da vueltas, siente que su cabeza en cualquier momento va a explotar, no sabe qué hacer. Se sienta, luego de un gran esfuerzo logra levantar la cabeza y se encuentra con el motorizado tendido en el piso, es un niño, no debe tener más de quince años, no tiene ni casco ni chaleco, el accidente fue su culpa, sin embargo, no puede dejar de sentirse culpable.

El taxista se levanta y se dirige hacia al motorizado para socorrerlo, momento en el cual recuerda que tiene un herido en la parte de atrás de su vehiculo, se voltea, va hasta el carro, abre la puerta trasera, ingresa y se da cuenta de que éste ha muerto. A partir de este incidente, creerá por el resto de su vida que esa muerte ha sido culpa suya, que hubiera podido manejar con más tranquilidad el asunto y de esta forma, el joven estaría vivo.

Fue así, como el taxista nunca olvidaría que éste fue el peor día de su vida, y, muchos años después aun lloraría al recordar lo ocurrido. Fue un mal día para el taxista, pero también lo fue para los padres de toño, quienes no pudieron sobreponerse tras la pérdida de su único hijo. Mal día para Claudia, la madre de Sergio que perdió a su hijo y no lo pudo recuperar sino hasta el día en que la llamaron para decirle que lo habían matado a machetazos. Mal día para el amigo de Sergio, quien no le creyó cuando éste le contaba que mataría a la changa y se siente culpable de todo lo ocurrido esa tarde. Mal día para Tomás, que por ser el dueño del revolver se metió en un problema con sus jefes y con la policía. Mal día para el motorizado, quien no tuvo con que pagar los daños de la moto y tuvo que recuperarse del accidente. Mal día para el dueño de la moto. Buen día para la changa, quien no creyó que las bromas que le hacia a Sergio pudieran tener alguna consecuencia negativa, de hecho, jamás pensó que fuera tan grave para él.

En fin, ese día fue bueno para algunos y malo para otros, como suele pasar, lo segundo ocurrió a la mayoría de las personas, son muchas las tragedias que todos los días ocurren y pocas las que son conocidas. Al día siguiente poco se dijo de la pena de los familiares de las víctimas, sin embargo, dos acontecimientos acapararon todos los titulares de los periódicos locales, ambos involucraban taxis, el primero hacía referencia a el choque de un taxi que transportaba a un herido que murió en la escena, el segundo, se trataba de un taxista degollado, según testigos por tres jóvenes de ropas oscuras en una de las calles de la ciudad.

sábado, 11 de septiembre de 2010